Los nombres John Dumbar, Jon y Katharina ya evocan a western, desiertos y rocosas, y también a Ribadesella. Esos son sus personajes y esos los lugares a los que volver una y otra vez.
Al igual que en Basilisco estamos ante dos lineas temporales, el pasado con John Dumbar y la actualidad con Jon, en este caso también con retazos de su pasado, pues conocemos al Jon niño al principio del libro.
Las riadas, lluvias de barro, inundaciones y corrimientos de laderas como hilos conductores y menciones a recuerdos de libros pasados que amalgaman la narración.
Y es que Bilbao sigue hilvanando historias, haciendo encaje de bolillos en ese multiverso suyo tan particular que es un totum revolutum donde, paradójicamente, todo encaja. La realidad y la ficción se funden, se repliegan, como un mapa genómico, retorciéndose sin fin.
Porque la obra de Jon es un proyecto a gran escala compuesto de nimiedades, menudencias que suman. Ver esos pequeños detalles de las vidas de cada personaje y cómo se enlazan posteriormente en otros cuentos, verlos desarrollarse es una puñetera pasada.
Los chispazos de ciencia ficción, de fantasía, de onirismo también están muy presentes, imágenes terroríficas como los cráneos y las cabezas del primer relato de Dumbar y, por supuesto, esa Araña que observa a todos desde la oscuridad. Ese malestar. El Basilisco.
Además, en sus relatos, que se leen como una novela, hay mucho de cinematografía, los escenarios, las líneas temporales, los planos, los contrapicados desde donde vemos a los personajes, hay incluso fundidos a negro, con conversaciones que se desvanecen, una mirada también hacia el cine mudo y es que los cuentos de Bilbao se recuerdan porque se ven y se oyen.
A mi western y rural country, los que quieras, crepusculares, histriónicos, de ciencia ficción, al más puro y clásico estilo cowboy, todos me valen.
Y, como bonus track, entre rifles y caballos, una preciosa historia de amor.