Muchos años han estado vinculadas a mi vocabulario las palabras panchito o panchita. Demasiados. No debieron estarlo nunca. Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, ha terminado, por suerte, de silenciarlas para siempre.
Porque la historia de esta novela es una historia de los diferentes tipos de violencias que sufre la clase migrante latinoamericana en España. Huyen de la violencia sistémica e inabarcable de México, por poner el ejemplo que nos ocupa, y vienen a un país donde la violencia no es estruendosa sino silenciosa, a menudo concientemente imperceptible. La ejercen, a goteo, la economía sumergida, la condición de clase, el color de la piel, las banderas, la frialdad de las grandes urbes, la insensible administración, el carné de residencia que no llega. Así, gotita a gotita. Plop, plop. Hasta colmar el vaso.
La historia de Nel, la hermana de Diego, hace un retrato de todas estas violencias cuando su hermano decide tirarse de un quinto piso para acabar con su vida, en una novela durísima, pero de nuevo bella. Es una constante en la obra de la autora. Te zambuye en una ciénaga, y te deja mirando en el horizonte la esperanza de un futuro que no llega. Y es que, los personajes tan sufridos que escoge la autora, se aferran a la luz. En esta novela, Nel y Diego, lo hacen volviendo a la imagen de la playa donde pasean de la mano.
Tiene esta reconstrucción sentimental escenas maravillosamente emotivas, llenas de humanidad y sororidad, como en el breve encuentro de la protagonista con Laura, una señora mayor, una amiga, que llega demasiado tarde. O la escena de reconciliación de Nel con las primas, el movimiento de protesta donde no buscaba alianzas, sino amistad. La relación entre hermanos que siempre están con el pendejo en la boca, un amor fraternal unido por la ausencia, muy al final, se descubre eterno.
Brenda Navarro sigue haciendo camino con un estilo oral creando una obra interesantísima, politizada y poetizada, que le emparenta con una generación de autoras (Mónica Ojeda, Daniela Alcívar, Selva Almada, Gabriela Ponce, Ampuero…) que están sabiendo leer el drama de un mundo violento, denunciarlo y proponer, a falta de soluciones, la belleza como un territorio de reparación.