Chamanes eléctricos en la fiesta del sol es una novela cuyo peso en su edición impresa es de 382 gramos, aunque desde un principio se nos revela que esto solo hace referencia a su propiedad física, pero su carga es otra, su aura y su gravidez se expanden como el nacimiento de un volcán, que como nos dice Pam en la novela, son los lacrimales de la tierra.
Mónica Ojeda abarca el culmen de lo místico y lo hediondamente terrenal con un encaje de soldadura limpia, no exento de briznas eléctricas saltantes gracias a su lírica mayestática y omnipotente.
Dos chicas adolescentes de Guayaquil, viajan a un festival electro retro futurista andino que se celebra anualmente en el Chimborazo, el volcán y montaña más elevados de los Andes septentrionales. Con su mayoría de edad recién estrenada, emprenden esta huida iniciática, con el peso de una falla paterna muy presente en ambos casos y con el miedo a las bandas que atormentan las ciudades ecuatorianas a muy metido en sus cuerpos. En un entorno como aquel, y con los asistentes ávidos de embriagarse de leyendas esotéricas, de rituales paganos, de música alucinógena, de bebidas espirituosas, de ácido a secas, de danzas brumosas, de sexo destemplado y de perorata quimérica, lo normal era que la objetividad fuese la primera víctima. Noa, a diferencia de Nicole, se ensambla con el sentir y despierta en ella una reverberación que dispara todo su ser a una conexión con la trascendencia y el cosmos. Nicole, por su parte, será testigo de algo más duro, su perenne raciocinio le abogará a la soledad, ya que su amiga no volverá de donde ha sido llamada.