Una novela corta pero de altos vuelos. El sistema narrativo que la moldea se basa en que todo lo que le llega al lector sale de las respuestas de los lugareños a la investigación que la gendarmería francesa está emprendiendo en un villorrio, a raíz de haberse avistado a una niña de corta edad viviendo en la montaña. Al parecer se la ha visto con El Oso, un personaje sin el don del habla, con muchos impedimentos para desenvolverse en sociedad. Eso sí, estas carencias se convierten en virtuosismo cuando se mueve por entornos menos propicios para los humanos. Este uso fragmentario de las voces narradoras dota a la novela de un ritmo propicio y le permite sembrar todo tipo de refuerzos y dudas argumentales.
Como bestias comparte ciertas premisas con el libro Canto yo y la montaña baila. Ese anhelo de urdir sinergias entre naturaleza, creencias ancestrales y la realidad, que, a la postre, es la que golpea dos veces, como podemos intuir en este final tan poderoso y doloroso. Canto yo y la montaña baila es una obra con anhelos de corte más literarios, esta novela que nos ocupa es algo menos ambiciosa en este sentido, pero huele la sangre.