En dos sentadas me he leído esta intensa novela que, como la serie Six Feet Under, usa la muerte y los síntomas de las enfermedades para hablarnos, in extremis, de lo bello de vivir. Tiene una lograda voz narrativa, llena de reflexiones originales, humor negro y ternura anestesiada. Imposible no simpatizar con Virginia que, en plena crisis existencial, acompaña, entre reproches, a su padre en el lecho de muerte.
El tema central podría ser, si es que hay uno, enfrentarse a contrarreloj que es la vida, a la inmisericorde cuenta atrás que impone la decrepitud del cuerpo humano. Y también, por supuesto, la maternidad tardía, la presión social y corporal del reloj biológico, y una paternidad tóxica reflejo del machismo imperante en generaciones precedentes.
Es clave para aligerar la perenne presencia de la muerte, el humor. Tiene escenas desternillantes, como la explicación de la película Langosta, cada una de las citas por Internet, o la relación entre hermanas.
En algunos momentos, adquiere forma de ensayo científico sobre la involución de nuestros cuerpos, y también de original libro de microrrelatos, con historias que emergen dentro de la historia. Su estructura, muy bien hilvanada, funciona como un reloj. Un premio Tusquets 2020 que va a permanecer en la memoria.