No conocía la obra de Manuel Moyano, que tiene en su haber una veintena de libros de diferentes géneros y para públicos diversos, unos cuantos premios de prestigio y, en fin, una carrera literaria de gran envergadura. Mi primera aproximación a su obra me ha dejado con la boca abierta. El imperio de Yegorov, que editó en 2014 en Anagrama y fuera finalista del premio Herralde y Premio Celsius 2015 es una obra original que funciona con la precisión de un reloj, te hace reflexionar y no deja de sorprenderte en sus muy fecundas 190 páginas.
A través de una colección de entradas de diario, emails, mensajes de texto, artículos de blog y libros de apuntes, Moyano construye una historia que comienza siendo una especie de El corazón de las tinieblas, pasa por una novela de intriga tipo John Le Carré y acaba como una ficción futurista y distópica. Casi na. Y lo hace sin necesidad de un narrador continuo. A través de treinta y dos documentos que conforman, al final, un alegato brutal contra la tiranía de las dictaduras.
Pese a la peripecia narrativa, el autor está muy presente. Se encuentra en la sutil ironía (bueno, a veces algo más que sutil), el uso del lenguaje y la hondura crítica del texto, que va desde la soberbia de occidente y su manera de imponerse, el poder político en manos de descerebrados, el uso irresponsable de la ciencia o el clasismo e hipocresía del star system americano. Todo ello con un mejunje de personajes variopintos de toda nacionalidad, clase social y, en especial, edad, que forman una novela global y memorable que me deja en casa con el ceño fruncido, el puño en alto y gritando: ¡Muera Yegorov!