O’Farrell lo vuelve a hacer, emocionarnos de una manera magistral, utilizando la misma fórmula que tan bonita le quedo con Hamnet, ficcionar una historia real porque esto es lo que es esta preciosidad de novela. Aquí Maggie nos lleva a la Italia del siglo XVI, un lugar enmarañado, sinuoso, casi líquido, en transformación constante, formado por decenas de ducados, cada cual más regio y poderoso, con familias nobiliarias de rancio abolengo, muy pudientes que se miran con recelo unas a otras, las luchas de poder, los juegos de tronos son el pan de cada día, los matrimonios para afianzar la sucesión, un fin en sí mismo.
Lucrezia de Medici, quinta hija del gran duque de Florencia, Cósimo, es obligada, en contra de su voluntad, a casarse con Alfonso d’Este, hijo del duque de Ferrara, tras morir Maria, la hermana mayor y primera prometida del mismo.
Lucrezia, un alma libre, soñadora, con unas ganas enormes de comerse el mundo, un espíritu creador, amante de la vida, del arte, de su familia, siendo aún una niña contraerá nupcias con Alfonso II, y a partir de este instante deberá ser, y no sólo parecer, la duquesa, perdiendo su libertad y poco a poco sus ganas de vivir…
El libro es desolador desde el principio, intercala los capítulos de la vida de Lucrè desde que nace con los momentos finales, en los que ya es conocedora de las intenciones homicidas de su marido, siendo estos últimos casi delirios debido a la ansiedad brutal que sufría al verse completamente sola y acorralada.
Y ese final que desarma, ¡qué bestia O’Farrell, qué jefaza!