Desconozco el motivo o si tan solo existe esta concordancia, pero según parece, en verano me da para zambullirme en novelas donde brillan personajes candentes de claustrofobia física y mental, y que se aíslan de una realidad ardua atrincherándose en su habitación/piso, pero esto no impide que despacio su ser se impregne de la violencia y el caos imperante al exterior y sus mentes se erigen en enemigos comunes y sus ideas en fuego “amigo”.
El año pasado fue Kanada de Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), una novela de carácter kafkiano situada en un Budapest desolado, justo acabada la segunda Guerra Mundial; narrada en segunda persona quedamos atrapados en el proceso de “normalización” de una vida rota después de haberse deshecho en un campo de exterminio.
Este año he hecho caso a los sabios libreros catalanes que decidieron galardonar con el premi Llibreter 2018 a José Eduardo Agualusa (Angola, 1960) y su novela Teoría general del olvido, en la que seremos testigos fragmentarios de la historia de Angola durante los 28 años que la Ludo borra y cubre la puerta de la suya tuesta de marfil y se come metafóricamente la clave que la conecta con la calle, que solo por los sonidos de las proclamas, de las aclamaciones y de los rasgos sabemos que transita desde la lucha por la independencia, a la proclamación de la República Socialista y a la caída de esta en forma de Guerra Civil. A la Ludo no le hace sentirse cautiva el hecho de estar clausurada, porque nunca se ha sentido en paz con el mundo, sino el hecho de haber tenido que recurrir a algunos de los libros que disponía para hacer una pira y procurarse calor y el hecho de estar perdiendo la visión. Finalmente, pero, ella conseguirá que la misma casa se erija en texto.
Texto escrito en 2018