Suelo decir que la nuestra es una generación acordeón. Una generación que creció entre varias opresiones (la de clase social, la de género, la de sexualidad), se liberó para ver lo que había afuera, se extendió a lo largo y ancho del país y del mundo, comprobó que todos esos sitios eran tan míseros como el suyo propio, y volvió poco a poco al lugar de origen. Nuestra generación, en definitiva, es una generación marcada por la promesa incumplida de la prosperidad, la sensación de cobaya del neoliberalismo, la precariedad rampante y el abandono emocional. Una generación de mierda.
La mirada retrospectiva a la decada pasada la compone Rosario Villajos con esta brillante novela, narrada desde el feminismo, la sororidad, el sentido del humor, la crueldad y la redención. Un viaje de la mano de Rebeca, que se enfrenta a nuestros fantasmas pasados y nos absuelve, no sin antes pasarnos una factura física y emocional que probablemente nos acompañe a la tumba. Esta novela, que narra las peripecias de la clase migrante española en Reino Unido buscando un porvernir que luego nunca llega, es una novela capaz de mirar a nuestros traumas y reirse de ellos.
Lo hace Villajos desde un punto de vista singular, con una narración en pasado muy al hombro de la protagonista, aliñadas con unas irónicas cursivas que añaden profundidad al relato. Como una amiga que esconde en el regazo una daga que te va a hacer mucho daño. Su protagonista Rebeca tira, como puede, agarrada a su instinto de supervivencia, lastrada por la condena indirecta a su hermana y pasando su lengua por el hueco de una muela que no reaparece. El vacío nunca estuvo mejor representado.
La autora, intencionadamente o no -eso da igual- dibuja el retrato certero de la desazón vital de toda una generación. Es un libro que no se puede explicar sin aludir a su sentido del humor, las reiteradas carcajadas que provoca y su original fórmula de combinar narración y cómic. Una obra de referencia para esta generación perdida, emparedada entre crisis, que ya acariciando la vejez, no le queda otra que mirarse al espejo y reírse de sí misma.