A la guerra ni se va indemne ni se sale indemne. En 2004 Mathias Enard publicó esta impactante ópera prima que se zambulle de lleno en la psicología de un joven francotirador, un experto en el arte del disparo. Y digo “arte” de forma irónica, porque así se considera el mismo narrador, un artista con un talento innato para matar a larga distancia que ansía ser reconocido.
Enganchado a la búsqueda de la perfección en su tiro, a la belleza de su rifle, a su colección de muertos que ocasiona en personas anónimas que cargan con su descomposición moral y su incontenible violencia, su protagonista “juega al juego de la guerra” (otra vez en palabras del narrador y otra vez de forma irónica) buscando pasar de pantalla en el vídeojuego sin más afán que seguir entretenido. No sabe vivir de otra manera. Lo hace en un no lugar en guerra, un país que nos suena de los telediarios, pero que podría ser otro inventado, el espacio perfecto para que los muertos importen entre poco y nada.
Para humanizar esta historia, Enard crea tres personajes que funcionan por contraste y que mantienen al protagonista con medio pie en la tierra. Su madre, una enferma mental adicta a las pastillas, la enfermera de su madre, Myrna, una adolescente que contrata para que la cuide mientras se va al campo de tiro y Zak, un camarada también trastornado y adicto a la violencia con quien mantiene una relación homoerótica.
La precisión del lenguaje, a la altura de la que tiene su protagonista con el rifle, hace el resto. Enard consigue que nos creamos a este ser despreciable, absolutamente condicionado por los males de su infancia, que acude a la guerra ya convertido en una potencial máquina de matar. La fragilidad de su condición humana y su cercanía al abismo, hace que vaya despojándose poco a poco del escaso revestimiento que le hace parecer humano. Esta novela corta pero contundente, que recuerda a “En tierra hostil” pero con un tono aún más decadente y oscuro, deja claro que la majadería de la guerra no perdona. Si vienes tocado, acabarás hundido. Si estás hundido, acabarás muerto. De las tinieblas de la sinrazón humana, no sale de rositas.