Novela cruda, faulkneriana, coral, y con una estructura más compleja de lo que podría predecirse debido a sus continuos cambios de foco. Chute dota a los personajes de un aura tan arrolladora que toman al abordaje la historia; si una noche de verano te cruzas con un Bean, sabes que este va a descarrilar tu narración y ya solo la podrás recuperar por piezas en su revuelto y agitado patio trasero.
Los Bean son una estirpe casi amorfa por su fecunda buena madera para reproducirse, que viven en las frondosidades del estado de Maine; son clase trabajadora de baja estofa, con sus modales ligeros, pero con cierta nobleza gallarda de puño ágil y su presta bravuconearía, encumbrada en la figura del indómito Rubie Bean. ¿Qué pasaría si los Bean fueran tus vecinos y tu padre, por encima de todas las cosas, te hubiese prohibido juntarte con ellos?
La autora buscó de algún modo hablar de la estigmatización de la clase trabajadora humilde, a través de esta casi caricatura que conmocionó e incomodó al lector bienpensante. El epílogo que incorpora esta edición es especialmente rico en matices, porque se detiene en este aspecto. Seguramente es una tesis que haría aguas si te tuviese que desarrollar más allá de esta frase efectista, pero podríamos decir que Carolyn Chute tiene algo de proto David Simon, en su renuncia de vestir de romanticismo al pobre y en su revisión de la rueda del infortunio.