Como si cogieras Bodas de sangre, de Lorca, con Los odiosos ocho, de Tarantino, Comanchería, de David Mackenzie e Intemperie, de Jesús Carrasco, lo embadurnaras todo en realismo mágico, y a valiéndote del lenguaje y de personajes legendarios, crearas un universo propio. Todo eso, y mucho más, es Malaventura, de Fernando Navarro. Su libro, descrito como un Acid Western, y ese tono Pulp, es un conjunto de relatos enclavados en el mismo universo transcurre en un mundo alejado, pero sus emociones son plenamente reconocibles. Se puede leer, si queremos, como una novela puzle.
Tiene mérito el trabajo de Navarro. Cualquiera que haya juntado dos líneas sabe lo difícil que es crear narradores que exhiban una jerga propia y nunca se traicionen a expensas de la estrategia literaria. No lo hace nunca esta Malaventura, al revés, gozan de una naturalidad tremenda sus narradores (especialmente brillantes aquellos personajes en la infancia y la adolescencia). El lenguaje, una jerga andaluza-murciana insólita a nivel literario, propia de este espacio indeterminado entre unas ficticias Granada, Almería y Murcia, es el principal culpable del universo. Sin ello, se desmontaría el invento.
En este oeste andaluz, con sus bandoleros, ladrones, comerciantes, carretilleros y maleantes de todo tipo, con sus mujeres relegadas al hogar o la exclusión, con sus barberas, sus adivinas, sus cabareteras, sus señoras de la limpieza, y también con sus curas y sus coroneles, Navarro nos habla de la condición humana. En un territorio ultra violento, les lleva al límite para hablar de la pobreza y la riqueza, de la venganza y del perdón, del odio y de la pasión. Sus relatos son duros, y su violencia es adictiva y poéticamente salvaje, como la misma vida en el oeste.
Con un estilo muy cinematográfico y una coherencia interna envidiable, Malaventura, vaticino, se va a convertir en un libro de culto, del que se hable mucho de oreja a oreja, especialmente entre amantes del género.