Gómez Bárcena ha escrito un libro con una audaz tentativa de desplegarse por encima del tiempo. Ni siquiera los muertos es una novela sobre una persecución simbólica y a su vez muy real; tan real, que el polvo que guarda cada página parece tan genuino como el que devora la casa de los Joad, al comienzo de las Uvas de la ira. En un comienzo nos lanza al camino con premisas y ropajes que antes habían vestido Conrad y Greene, y con las coplas de Valle Inclán como eco perenne:
Indio mexicano, mano en la mano, mi fe te digo, lo primero es colgar al Encomendero y después segar el trigo. Indio mexicano, mano en la mano, Dios por testigo.
¡Nos vemos! Por Valle-Inclán (fragmento)
El protagonista, Juan de Toñanes, se postula como uno de los grandes perseguidores de la historia de la narrativa universal. Este castellano, que cruzó el Océano y participó en la Conquista de México, regenta décadas después una taberna que nunca supo estar en el lugar adecuado cuando recibe el encargo del virrey: dar caza a un indio, el Indio Juan. Un indio joven e indómito, que disecciona las escrituras cristianas con la pericia de un guerrero azteca, y que pasa de ser la representación del afán proselitista del clero español en las Indias, a simbolizar el despertar de un pueblo.
En este ejercicio de destreza literaria, la figura de este Indio Juan (tocayo del perseguidor) se va engrandeciendo y endiosándose, a medida que galopa hacía el norte -siempre en esta dirección-, vertiendo esperanzas, recelos y miedo a su paso, hasta el punto de que, su imagen, acaba por transmutarse en un agujero negro con las dimensiones geográficas de todo México. La persecución, a partir de este momento, se da en todos los planos temporales desde el siglo XVI hasta nuestros días, y esta curvatura nos permite entender México como un todo, o desentenderlo en su totalidad. Tal como dijo Javier Reverte sobre Conrad, “un buen escritor no es otra cosa que un perseguidor de sueños, un tipo que quisiera retener el tiempo a caballo de una estupenda peripecia”. Podemos afirmar, entonces, que Gómez Bárcena ya se ha unido a esta caballeriza, con esta valiente novela y es capaz de saber manejar un campo gravitatorio propio, con una danza perseguidor-perseguido, que siempre acaba por difuminar las dos figuras en una.