Es muy complicado escribir relato en España. Se lee poco y se vende menos, así que el ánimo de un editor para editar un libro es entre bajo y nulo. Cultivar el arte del relato, estudiarlo y, finalmente, escribirlo es, digamos, una profesión de riesgo. A veces lo siento como mezclar la imaginación con pura matemática. Kike Parra escribió en 2018, en un acto de resistencia, Ninguna mujer ha pisado la luna, un fenomenal libro de relatos. Ocho cuentos que han quedado muy modernos, de casi la misma extensión, donde los temas principales son los enretresijos de las relaciones paternofiliales y sentimentales, el conflicto de clases y la masculinidad tóxica.
Todos los relatos tienen su aquel. Tiene un comienzo estupendo, con una especie de revisitación del Titanic de Cameron en versión teenager a bordo de un crucero turístico, donde el hundimiento del protagonista es tan metafórico como literal. Pero pronto, con el segundo relato, La vida de siempre de Markus Reinmann, empiezan las piezas que voy a recordar con el tiempo. El relato narra la desgraciada vida de un director de documentales durante la caída del muro de Berlín, y va de la esperanza y el amor eterno de los padres hacia sus hijos e hijas. Es muy complicado producir el efecto que produce narrándose en primera persona, pero pasa como un rodillo por quién lo lee y tiene un final simbólico y precioso.
Luego se aborda la violencia machista y la masculinidad tóxica desde tres perspectivas y en tres gradientes diferentes, la violencia explícita de la trata de mujeres migrantes en ese cuento de terror que es Ninguna mujer ha pisado la luna, la ejercida contra el cuerpo de la mujer en El cuarto oscuro, que muestra las odiosas complicidades que surgen en nombre de la fraternidad masculina (recuerda al grupo de Whastapp de La Manada), y la más sutil pero no por ello menos opresiva de El Búnker, con un final luminoso.
Otro de sus cuentos destacados, quizás mi favorito, es No existe Lucy, un relato en clave distópica, donde un par de familias inician una expedición para conseguir el amparo del gobernador y conseguir una mejor casa para sus próximas generaciones. Un gran alegato contra la limosna y la caridad. Y hay otro dos, también muy bueno, que van del despertar sexual y la confusión de una adolescente, y de la caída en barrena de un actor de doblaje que acaba de perder el motivo de su existencia.
Se atreve el autor jugando con el punto de vista, las voces, el espacio y el tiempo, mostrando que no hace falta escribir de tu vecindario y que todos los protagonistas sean un trasunto de ti mismo para hacer un buen relato. No es casualidad, por último, que este libro haya sido prologado por Jon Bilbao, un maestro del género. Tienen algo estos cuentos que conectan con su universo, un nexo común fácilmente identificable: la buena literatura.