La gran historia de la humanidad está escrita sobre millones de pequeñas historias que son al final las fundamentales y las que nos desvelan el sentir de un país. Historias mínimas sumergidas entre los acontecimientos provenientes del antojo de los grandes decisores de la humanidad, en su mayoría políticos o militares megalómanos. La convulsa historia del siglo XX trajo consigo, a menudo, la incomprensión de muchos niños y niñas que no sabían a qué venían los cambios drásticos de su vida cotidiana.
Steiner fue uno de ellos. Su infancia y adolescencia se sitúan en la Checoslovaquia tras la segunda guerra mundial, en el periodo que va de la ocupación soviética de 1968 hasta la Revolución del Terciopelo de 1989. Steiner era hijo de una familia humilde en la que el padre, jugador de fútbol de enorme talento, y la madre, ama de casa y a posteriori enfermera en la planta de oftalmológica de un hospital, le inculcaron la superación como modo de supervivencia y una marcada concepción del bien y del mal. El paso a la madurez de Steiner, incapaz de cumplir con las ilusiones depositadas en él por su propio padre, configura el lienzo de una familia y de una parte del país.
Martin Fahrner, que escribió esta novela en 2001 considerada un clásico moderno de las letras checas, conforma la historia encadenando relatos que van y vienen en el tiempo con un tono sentimental, tierno y constructivo, que mira con nostalgia la fortaleza y resiliencia de las juventudes que vivieron todos esos años. Todo, barnizado con una enorme conciencia de clase y de sentido de la ética, que se contrapone a los retratos más sombríos que hacen algunas novelas clásicas del violento siglo XX. Aquí, sin embargo, Fahrner se agarra a los mejores recuerdos de su infancia, y en cierta manera, homenajea a toda una generación de padres que hicieron lo que pudieron para que sus hijos e hijas abrazaran con fuerza la promesa de libertad del siglo XXI. Se maneja bien el autor cuando relata las pequeñas heroicidades de su padre o escribe relatos fundamentalmente de amor (el broche, sin duda, es el más bello). nos convence que, incluso en el pasado más convulso, hubieron historias de luz y humanidad, al final, el único motivo que nos hace seguir viviendo.