Ya nos hizo caer rendidas a sus pies con Shuggie Bain, pues con Mungo Hamilton agarraos… ¿para qué cambiar la fórmula del éxito? A mi me sigue valiendo, madre alcohólica, hermano y hermana mayor, ausencia de padre y el despertar de la sexualidad del pequeño, homosexual en un Glasgow suburbial, rancio, homófobo y sin visos de mejora. El único divertimento de esa juventud sin futuro es pelearse protestantes contra los católicos, robar y vandalizar lo que se les ponga por delante, embarazarse con quince años y alcoholizarse el resto de su vida.
Jóvenes en chándal de nylon y navajas en el bolsillo. Y en ese mundo violento Mungo conoce a James y entre ambos surge el amor más puro, disfrazado para ellos de mil sentimientos distintos pues ni ellos mismos son capaces de saber que narices sienten, ven con horror la suciedad en sus actos, la homosexualidad como algo terrible, luchan contra sí mismos por evitar lo inevitable hasta que la ternura por fin se impone ¿cómo puede caber maldad en tanto cariño? ¿Qué puede haber de malo en este amor que sienten?
El libro transita entre dos momentos diferentes de la historia de Mungo, comenzando por el más cercano en el tiempo que es el fin de semana de pesca con los dos alcohólicos con los que lo deja su madre, lo más sórdido llegará por aquí, y luego se van intercalando con los capítulos sobre lo ocurrido los cinco meses anteriores, la historia de James, el descubrimiento de las nuevas emociones, el acoso de su hermano y sus colegas, el “tienes que ser más hombre, Mungo”, la vida disoluta de Mo-Maw y su alcoholismo incapacitante que la lleva al abandono constante de sus hijos…
Igual que en su libro anterior lo crudo de la historia sirve para saber qué en muchos lugares hoy en día la homosexualidad se sigue viendo como un estado alterado, una desviación y mientras quede un mísero pueblo donde ocurra esto, habrá que seguir luchando y contando historias como esta.
Una maravilla absoluta.