En la vida me hubiera imaginado volviendo a leer cuentos de manos de un autor húngaro de finales del siglo diecinueve, un psiquiatra que estaba como un cencerro, prohibido por “decadente” en su tiempo. Es la magia que tienen las editoriales que editan un poco a lo suyo, lejos de las leyes del mercado.
El caso es que los cuentos de este libro, pequeño y exquisito, me han evocado sensaciones de otra etapa de mi experiencia lectora. Ha sido bonito. Son un conjunto de cuentos cuyos ejes centrales son la muerte y los anhelos del ser humano, ultraviolentos, irónicos y existencialistas, pero de una extraña y siniestra belleza. Es una mezcla entre Poe y Agota Kristof, con una pizca de surrealismo y un enorme sentimiento trágico. Tiene poesía y terror a partes iguales. El autor hace, a su oscura manera, un retrato de la sociedad de la época, con veladas críticas al tratamiento de la cultura y el clasismo imperante, pero también con una marcada e incómoda misoginia.
Mis favoritos son El cirujano, la poética extracción del tiempo enquistado como un tumor en el cerebro, Padre e Hijo, la genial búsqueda de un hijo de los huesos del padre en un instituto forense, La muerte del mago, el truco final de un mago en pos del amor eterno, y El silencio negro, sobre un hermano tan pequeño y hermoso, como peligroso.