Es una novela entrañable sin ser tampoco benévola. Ya veréis que su nota en oscuridad moral no es nada baja.
De entrada creo que siempre es un plus cuando una autora te adentra en un mundo que conoce bien. El libro aborda la maduración de una relación de amistad, en torno a la pasión que ambos sienten por los mundos de los videojuegos. Sam y Sadie se encuentran de pequeños y, a pesar de vivir ambos en LA, es como si fueran de mundos distintos. Sin embargo, estas diferencias serán muy poco palpables para ellos y menos cuando, por encima de todo, pasaban las horas viviendo otras vidas, las que manipulaban a través de su consola compartida. Con ellos crecemos a través de los 90, 2000 y hasta llegamos a la década pasada. No solo les vemos pasar pantallas a ellos, sino que, de paso, transitamos a través de la evolución de la misma industria.
Hace unas semanas, en un tuit, leí a un usuario quejarse de que la novela no tenía un gran valor literario, y estoy de acuerdo en que no es una Fortaleza de la soledad de Lethem (novela con la que le veo cierto parecido), pero ojo, el motor de juego (narrativo) de la misma es tan pulido que le permite llegar muy lejos, sin necesidad de grandes aspavientos literarios de cara al lector (y a la galería). De hecho, el lector se siente conducido con tanta diligencia, que puede que le pasen por alto detalles de envergadura.