Si tuviera que convencer a alguien de por qué siempre debes dejar una rendija al perdón en esta vida, por más extremas que sean las circunstancias que provocan la ruptura con alguien, si esa fuera una máxima en mi vida, dejaría que “El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes” hablara por mí. Este libro cuenta el último verano que pasó con su madre Alesky, un pintor dotado de una sensibilidad extraordinaria que por prescripción médica escribe a modo de biografía los recuerdos de aquellos días de redención y amor, ya en el umbral de la muerte de su progenitora.
Si la escritora moldava-rumana Tatiana Tîbuleac consigue un artefacto literario tan eficaz que te deja pegado al sofá pensando en aquellas personas de las que te separas y con las que nunca pactas una nueva oportunidad, es por la potencia poética de prosa y, sobre todo, por la voz que narra la historia. Una voz nada fiable de una persona con problemas mentales, que inicia el relato escupiendo odio y lo acaba redescubriendo los intrincados caminos que pueden conducir al perdón. Algo así como “Curioso incidente del perro a medianoche” con mucha más carga poética.
El punto de vista, tan singular, tan inocente y lírico, tan adictivo, crea un pacto de verosimilitud con quien lee el libro, que se deja llevar por los recuerdos del viaje de un adolescente con una madre a la que odia, incitado por una promesa imposible. En un pueblecito francés donde el tiempo parece que se suspende, el viaje de Alesky es una doble despedida, la antes mentada y la despedida de la adolescencia, de las excusas que hasta entonces le servían para seguir viviendo. Esa relación austera, tensa y al final, tierna, deja poso y se queda en la memoria.
Si bien el final del arco narrativo de Alesky me parece rizar el rizo, y tengo la sensación de que no era necesario los dos últimos pasajes, el excepcional viaje a la memoria del protagonista merece la pena. Tîbuleac ha construido una novela para cuando queramos vencer el rencor y entender que siempre hay tiempo para un buen final. Aunque dure tan solo un suspiro, un verano en la adolescencia.